jueves, 18 de noviembre de 2010

El niño yuntero de Miguel Hernández y el Día Internacional de la Infancia

Miguel Hernández nació el 30 de octubre del 1910 en Orihuela, y este año son muchos los acontecimientos y actividades que recuerdan el Centenario de su nacimiento.


Nuestra contraseña poética a la entrada de la biblioteca está dedicada en esta ocasión al poeta del pueblo.

Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.


Se empeñó con ganas en serlo, por eso, aprendió a leer y a escribrir, a pesar de apenas haber ido a la escuela, pues tuvo que ser  pastor de cabras para ayudar a la familia.


Rosa Navarro Durán nos cuenta  su vida y poesía con mucho cariño en un libro editado por Edebé y que podéis leer en la biblioteca. Las palabras de Rosa siempre nos emocionan y si van acompañadas con versos del propio poeta, realmente éste se convierte en un libro para disfrutar.






Hoy queremos recordar el poema de  El niño yuntero. Miguel Hernández supo retratar el sufrimiento del pueblo, y ahora que celebramos el Día Internacional de la Infancia, no queremos olvidar que aún muchos niños y niñas en muchas partes del mundo no pueden vivirla como tal.



El niño yuntero

Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.


Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.


Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.


Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.


Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.


Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.


Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.


A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.


Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.


Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.


Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.


Lo veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
y declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.


Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.


¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?


Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.



  

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