“Bibliotecas
Pregoneras”
“Me
gustaba, cuando era más joven, escuchar al sillero.
El sillero era un hombre que iba con un fardo cargado de eneas
-también llamadas espadañas, y que recogía seguramente en la ribera de algún
arroyo-, voceando su oficio por las calles.
“El silleroooooo”, anunciaba a voz en grito, pregonando: “Se
arreglan sillas, mecedoras, taburetes, cestos…”. A mí me encantaba asomarme al
balcón y descubrirlo, su pregón lo delataba, y en una ocasión vi cómo reparaba
el asiento de una de esas antiguas sillas de enea.
Había otros artesanos que pregonaban su mercancía o su oficio por
las calles: el mielero, el vendedor de sandías y melones, el afilador, y en
este caso era la melodía de su flauta de Pan la que pregonaba por él.
Según el diccionario, el pregón es la promulgación en voz alta de
algo que conviene que todos sepan; y también es el discurso elogioso en que se
anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar
en ella. Por ende, el pregonero o pregonera es quien publica o divulga en alta
voz los pregones y hace notorio lo que se quiere hacer saber a todos. Han sido
los pregoneros, desde antaño, los encargados de anunciar los acontecimientos,
de dar avisos o informar al vecindario sobre cuestiones importantes, de ofrecer
servicios o mercancías.
Hasta el viento, de forma simbólica, aparece en los cuentos como
pregonero. Portador de noticias, recorre las ciudades, vuela luego sobre los
montes y los valles, sobre los océanos que bañan el otro lado del mundo, entra
por las ventanas abiertas de las casas, atesora historias que susurra al oído
de quien esté dispuesto a escucharlas.
En esta ocasión, he tenido la suerte de ser la pregonera del Día
de la Biblioteca, y como tal, me he propuesto llevar a cabo lo mejor posible mi
cometido, así que vengo a anunciar en voz alta, a los cuatro vientos, que las bibliotecas
guardan en su seno algo muy preciado, más valioso que los diamantes de Simbad
el marino, que el tesoro de un cofre escondido por algún pirata con pata de
palo en una isla desierta, que las inmensas riquezas de Aladino, o que las
ricas telas de la cueva de Alí Babá. Las bibliotecas atesoran, como el viento,
historias de amor y aventuras, de guerras y locuras, de humor e inconsolable
tristeza, de vidas y lugares que nunca viviremos y en los que nunca estaremos,
y que solo podremos imaginar. Historias escritas en libros para todo el que
quiera leerlas.
Hoy os anuncio la celebración de esta festividad, y quiero
contaros además que las bibliotecas no son únicamente lugares donde encontrar
libros, discos, películas o revistas, sino que también son pregoneras, y las
personas que en ellas trabajan, las bibliotecarias y los bibliotecarios,
invitan al público a participar en multitud de actividades para que esas
historias lleguen lejos, más allá de los estantes y las paredes en las que se
guardan. Desde clubes donde se comparten opiniones sobre lo leído, hasta
cuentacuentos para que los más pequeños escuchen las historias del viento;
desde presentaciones de libros, hasta resultados de investigaciones
bibliográficas, celebraciones de días relacionados con la lectura,
exposiciones, charlas…
Como feliz pregonera de este día, os anuncio que leer es uno de
los actos más gozosos en los que se puede embarcar una persona, os animo a que
vayáis a las bibliotecas con los ojos y los oídos bien abiertos, con
disposición a escuchar, ver, sentir todo lo que os quieran contar los que en
ellas habitan. Y que al salir pregonéis lo que habéis visto, leído y oído, para
que os convirtáis así en personas pregoneras, y vuestras palabras viajen lo más
lejos posible, a los lugares a los que ni siquiera llega el viento.
Pilar López Ávila
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